Desde hace mucho mucho tiempo, el ser humano centra sus objetivos en los bienes materiales, en el dinero.
La gente deja las escuelas para empezar antes a trabajar, cuando estudian piensan en formarse para conseguir un buen puesto de trabajo, sueñan con un sueldazo que les permita comprarse mucha ropa, una gran casa, un cochazo, vacaciones de lujo y cenas absurdamente caras.
Hace tanto tiempo que esto es así, que quizás el ser humano siempre fue así y esa sea su naturaleza.
El hombre sólo puede ser él mismo cuando es capaz de expresar sus potencialidades innatas, pero esto difícilmente llega a ocurrir cuando su objetivo es poseer la mayor cantidad de cosas, si sólo se empeña en obtener posesiones concluirá convirtiéndose en un objeto más, objeto del sistema.
El hombre necesita un hogar, alimentos, herramientas, ropas, etc. Son cuestiones imprescindibles para su existencia biológica, pero hay otras cosas que hacen más a su mundo espiritual que también les resultan necesarias.
Lo que Marx se esforzó por mostrar en sus escrituras es que el lujo es un defecto, algo casi tan negativo como la pobreza misma, por eso la meta debería establecerse en “ser” mucho en vez de encarar esa búsqueda insaciable por “tener” mucho.
La diferencia entre ser y tener es la que corresponde a una sociedad interesada principalmente por las personas y otra que da preeminencia a las cosas. La orientación de tener es característica de la sociedad industrial occidental en la que el afán de lucro, la fama y el poder se han convertido en los problemas predominantes de la vida.
Incluso el lenguaje se ha convertido en una muestra de la alienación existente donde tener es la preocupación central, por eso “tenemos un problema”, “tenemos insomnio”, todo puede ser convertido en una posesión, los sentimientos se materializan.
La naturaleza del modo de tener nace con el surgimiento de la propiedad privada, en esta concepción lo único realmente importante es adquirir propiedades y mantener el derecho ilimitado a conservar por siempre lo adquirido. A ese modo el budismo no tuvo ninguna duda de denominarlo codicia, las religiones cristiana y judía lo denominaron ambición. La codicia y la ambición transformaron al mundo y a todas las cosas en algo muerto, en algo sometido al poder de otro.
Fromm estimaba que la preparación más importante para la orientación de ser consistía en todo aquello que permita adquirir la capacidad de pensar críticamente, para lo cual es necesario no dejarse influenciar por los poderosos medios de comunicación:
Para ningún ser humano sería difícil comprender a sí mismo si no estuviera expuesto constantemente a que le laven el cerebro o le priven de la capacidad de pensamiento crítico. Nos hacen pensar y sentir cosas que de ninguna manera tendrían efecto sobre nosotros si no fuera por los perfeccionados métodos de sometimiento a las ideas dominantes. A menos que podamos ver lo que se esconde detrás de los engaños, seremos incapaces de conocernos a nosotros mismos.
La sociedad industrial moderna se orienta por los principios del egoísmo, la obsesión por tener y consumir, se han olvidado allá lejos las convicciones que convocaban al amor y a la defensa de la vida. A menos que se puedan analizar estos aspectos inconscientes de la sociedad en que se vive, será muy difícil saber quién es uno, porque no se podrá conocer que parte es genuinamente nuestra y cual no.
Ese mismo impulso que nos conduce a incrementar nuestro consumo de cosas novedosas, nos convierte en personas pasivas, en meros espectadores de la publicidad que nos presentan las grandes marcas, las cuales nos aconsejan amablemente como vivir y nos imponen modas y costumbres, siempre con la intención que compremos más y necesitemos más.
La instrucción que recibimos raramente nos conduce a desarrollar una imaginación activa, generalmente consiste en aceptar un conocimiento adquirido por otros y aprender de memoria cierta información. El hombre medio piensa bastante poco por sí mismo, recuerda aquellos datos que les fueron expuestos en la escuela o en los medios de comunicación, sin incluir su propia observación.
Aunque la mayoría de los hombres en este sistema económico tienen mucho más de lo que necesitan, se ven a sí mismos como pobres, porque no logran seguir el ritmo y aprovechar la masa de bienes disponibles: de este modo se fortalece la pasividad, también la envidia y la avidez, y finalmente el sentimiento de debilidad íntima, de impotencia, de sumisión. El hombre vive sólo como lo que tiene, no como lo que es.
El control que la sociedad ejerce sobre nosotros, muchas veces resulta de difícil detección, pues se trata de una autoridad internalizada y que determina nuestro comportamiento de acuerdo a normas éticas que hemos consumido producto de las enseñanzas familiares, el aparato educativo y los medios de comunicación. Tal poder puede tener diversos nombres: opinión pública, conciencia, etc. pero en cualquier caso expresa el control que la sociedad ejerce sobre los individuos.
Cuando una sociedad con doctrina política contraria impone a los niños las ideas dominantes por medio de los padres, la educación, la televisión, los diarios, etc.; se la denomina “lavado de cerebro”, “propaganda”, “adoctrinamiento”, pero cuando eso mismo se realiza en el seno de nuestra sociedad se la llama “educación” e “información”.
En España se traduce en sentirse español, católico, juancarlista, emprendedor, trabajador, fiestero y en soñar con ser multimillonario, y que en última instancia se sufre de un síndrome parecido al de Estocolmo mediante el cual todo español defiende a sus propios opresores, y actúa como el novato que estoicamente soporta todo tipo de novatadas, y es que son opresores consentidos, porque no hay que atribuir a la maldad lo que puede atribuirse con la ignorancia.