Los Estados tienen una característica esencial: la soberanía, esto es, la facultad de implantar y ejercer su autoridad de la manera en la que lo crean conveniente. Para que el ejercicio de la soberanía por parte de los Estados no perjudique a otras naciones, se crean límites definidos en porciones de tierra, agua y aire. En el punto preciso y exacto en que estos límites llegan a su fin es cuando se habla de fronteras.
Las fronteras se caracterizan por el alto grado de vigilancia, para evitar entradas en masa de inmigrantes, de drogas, de mercaderías, etc.
Contamos con dos tipos de fronteras, las naturales (creadas por ríos, montañas, mares…) y las artificiales, creadas por el hombre.
De esta forma, gracias a las fronteras, tenemos países distintos, con leyes distintas, economías distintas (aunque después intentemos igualarlas) y sociedades distintas. Y algo que no se suele tener en cuenta: recursos distintos.
El problema de las fronteras radica en la falta de recursos, en una determinada zona geográfica no vamos a encontrar todos los recursos que podríamos encontrar en todo el mundo, y por comodidad, nos vemos obligados a globalizar el mundo, pero con fronteras.