El consecuencialismo hace referencia a todas aquellas teorías que sostienen que los fines de una acción suponen la base de cualquier apreciación moral que se haga sobre dicha acción. Así, siguiendo esta doctrina, una acción moralmente correcta es la que conlleva buenas consecuencias y buenos actos.
Frente al consecuencialismo está la deontología, que defiende que los fines de una acción no lo son todo, sino que la propia acción también debe ser moralmente aceptable.
El mayor defensor de la deontología fue Kant, con la ética kantiana, la cual está basada en la postura que la única cosa intrínsecamente buena es una buena voluntad; una acción solo puede ser buena, por tanto, si su máxima, el principio subyacente, obedece a la ley moral.